Ingenio, inventiva, pensamiento original, imaginación constructiva, pensamiento divergente, pensamiento creativo, generación de nuevas ideas o conceptos, producción de soluciones originales… son las definiciones que propone Wikipedia para la palabra creatividad. ¿Diferencia? Originalidad? Cuál es el referente para medir la diferencia? Cuál es la variable para afirmar o no que existe creatividad?
Seguramente nos encontramos ante uno de los conceptos más subjetivos que tiene nuestro lenguaje, pues cuando se señala que “algo” o “alguien” es creativo se hace caso al instinto o a una odiosa comparación. Propongo entonces, desde la subjetividad, elevar la creatividad al arte de saber usar lo que existe para alcanzar objetivos recorriendo vías no convencionales. Einstein dijo “Si quieres resultados distintos no hagas siempre lo mismo”.
La creatividad no es un ingrediente para hacer mejor un trabajo, sino la fórmula secreta para hacer que cada día sea diferente. Y en este sentido es posible relevar una situación que muestra la aversión del mundo a la reinvención diaria: Estaban un médico, un administrador financiero y un ingeniero (no es chiste) en cualquier clase extracurricular en donde les preguntaban, qué tan creativos debían ser en sus trabajos y los tres respondieron que no era necesario ser creativos. ¿Será entonces que Rodolfo Llinás, Bill Gates o Steve Jobs han escalado en sus áreas repitiendo las rutinas de sus antecesores o de su competencia?
Pero… ¿cuál es el detonante para generar procesos creativos? Nuevamente desde la subjetividad, actuar de forma “diferente” no se consigue con la proyección del futuro, sino con el reconocimiento de que nada es para siempre, porque la eternidad mina la posibilidad de imaginar salidas diferentes. El fin del futuro motiva a cambiar el inicio del presente.
Si el amor fuera para siempre, no tendríamos la oportunidad de ver escritos de amor en el cielo, ni anillos enterrados en la arena, ni camas llenas de flores, ni serenatas por teléfono. Si el trabajo fuera para siempre, no habría ideas para superar la crisis, ni aumento de ventas para cumplir con la meta, ni un despliegue de opciones para evidenciar la necesidad de nuestro puesto de trabajo. Si la vida fuera para siempre, solo estaríamos consumiendo minutos en la eternidad. Hay que correr el riesgo de robar minutos de vida que nos permitan reinventarnos en lo simple y en lo complejo, no sólo para llenar espacios de colores, sino para correr el riesgo de caminar hacia una meta sin tener la certeza del camino. Correr riesgos y enfrentar miedos… dos pasos para descubrir la capacidad de crear.
Esctito por: Erica Pareja
Consultora en Dinámicas Territoriales y Desarrollo Social